domingo, 13 de marzo de 2011

La actitud devocional en la meditación y la oración


Traducción resumida del tema correspondiente, del libro: “Méditation créatrice et conscience multidimensionnelle” (Meditación creadora y consciencia multidireccional) de Lama Anagarika Govinda. (Edit. Albin Michel, Paris, 1979, p. 167-178).

(Colaboración de César Anselmi).

Toda religión reconoce un valor supremo. Las religiones teístas lo llaman Dios, las religiones no teístas lo llaman Tao, Nirvana, perfecta Iluminación.
Dentro de las religiones teístas se ha definido la oración como una comunión con Dios o un diálogo con Dios; dentro de las religiones no teístas, puede definirse la oración como un estado de aspiración intensa para alcanzar el más alto estado de perfección o de plenitud, la realización de la perfecta Iluminación.

En su sentido más amplio, la oración es “una dirección del corazón” y presupone una polaridad mental o espiritual entre el hombre y Dios, o lo finito e infinito, lo individual y lo universal, lo imperfecto y lo perfecto. En el Cristianismo , Judaísmo y el Islam, el polo individual humano es conocido como el alma, el polo divino como el Creador; en el Hinduismo, son el jivatman y Brahman o Paramatman; en el Budismo, la conciencia de sí limitada y la consciencia universal potencial, que está latente en todo ser sensible.

De este modo, la oración surge de un estado de tensión creadora entre lo humano y lo divino, la consciencia de imperfección y el ideal de plenitud, de perfección, entre el estado actual de ignorancia, de ilusión y el estado futuro anhelado de liberación: el despertar de la ilusión de la separatividad, en la integralidad de la vida.

El objetivo de la oración no es eliminar esta tensión, sino transformarla en una fuerza creadora, estableciendo una cooperación armónica y significativa entre los dos polos aparentemente contradictorios, pero en realidad complementarios.

Así la oración se convierte en una fuente de fuerza y de certeza y no en solamente un sedante o un tranquilizante.

La paz interior que proviene de la oración es debida a la creación de un equilibrio entre las fuerzas de nuestra consciencia individual y las vastas potencialidades de nuestra consciencia profunda, por la cual participamos de esa vida más vasta que abarca al universo y la enlaza a cada ser viviente.

Como la oración es una “una dirección del corazón” (es decir, del centro interior de un ser humano que participa igualmente de su consciencia individual y de la consciencia supra-individual), ofrece un acceso positivo y activo al tesoro escondido de la experiencia universal.

La oración es la lámpara gracias a la cual podemos descubrir aquello que necesitamos en nuestro camino espiritual hacia la plenitud.


La oración hace a nuestra mente consciente de su interior y transforma en fuerzas activas, las fuerzas potenciales de lo profundo de sí, porque haciendo consciente lo inconsciente, transforma la simple idea de la universalidad del hombre en una experiencia viva de esa universalidad.
Nuestra mente se orienta hacia su interior a fin de tomar consciencia de su fuente universal y de utilizar su inmenso potencial en la búsqueda de su plenitud última y de la perfecta iluminación.

La oración lo llevará al encuentro de lo que busca si se desprende de los deseos egoístas.

Las experiencias de la vida y el ejemplo de aquellos que han alcanzado la perfección enseñan que, partiendo de un estado de imperfección se puede alcanzar la perfección y que los sufrimientos derivados de nuestras pasiones son justamente las fuerzas que nos conducen a la liberación.

El desenvolvimiento de la vida individual en el universo no parece tener otro objetivo que el de hacernos conscientes de nuestra propia esencia divina y, dado que este proceso ocurre continuamente, el representa un nacimiento perpetuo de lo divino, o para decirlo en términos del budismo, la aparición continua de Seres iluminados, en cada uno de los cuales la totalidad del universo deviene consciente.

Estos Iluminados son los que el Mahayana denomina “el número infinito de Budas” o, en la medida en que influyen activamente en el desenvolvimiento de la humanidad, los Bodhisattvas. Estos últimos representan las fuerzas activas que emanan de aquellos que han alcanzado el estado supremo de la consciencia, que inspiran y ayudan a todos aquellos que se esfuerzan por alcanzar la liberación.

Los Bodhisattvas surgen por el bien de todos los seres que viven y sufren.
Aunque ellos se manifiesten en innumerables formas individuales, en espíritu, no son más que uno.




Como ejemplo de la profunda devoción que impregna al aspirante, se citan algunos pasajes del “Bodhicharyavatara” de Shantideva, que describen el despertar de la luz interior, la practica del Bodhisattva en el camino a su Iluminación.

El aspirante experimenta, en la oración, la entrega total de sí mismo y la transformación interior resultante de la toma de consciencia de sus defectos y debilidades.

“No me daba cuenta que soy solamente un viajero, que pasa por este mundo.
Noche y día, sin detenerse, la vitalidad disminuye y la muerte se aproxima. Desde ahora, por lo tanto, tomo refugio en los grandes y poderosos protectores del mundo. Con las manos juntas, imploro a los Perfectos iluminados en todas las regiones del universo; puedan ellos hacer brillar la luz de la verdad, por todos aquellos que son llevados, por su ilusión, a los abismos del sufrimiento”.

El devoto se ofrece a sí mismo como “un instrumento de su paz” (puede compararse con la hermosa oración universal atribuida a Francisco de Asis):

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga vuestra luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto
ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.

El aspirante renuncia a los frutos de sus buenas acciones y, en lugar de preocuparse de sí mismo, hace votos de consagrarse al bien de todos los seres vivientes.
El participará de los sufrimientos de sus semejantes, a fin de inspirarlos y ayudarlos en el camino de su liberación, en vez de reposar en el pedestal de sus propias virtudes, disfrutando del fruto de sus buenas acciones.

“Cualquier mérito que pueda haber adquirido, que pueda disminuir la pena de todos los seres vivientes. Los méritos que pueda haber adquirido en todas mis vidas sucesivas, por el pensamiento, palabra o acción, los brindo para el bien de todos los seres vivientes.
Nirvana implica renunciar a todo, y mi corazón aspira al nirvana. Si debo abandonarlo todo, ¿no es acaso mejor donarlo todo a los seres vivientes ?.
Me consagro al bien de todos los seres vivientes. Que puedan todos alcanzar la Iluminación”.

Cultivar una actitud de bondad y amor e impregnar conscientemente al mundo de pensamientos de compasión, con un corazón pleno de amor, “como una madre protege a su hijo, aunque peligre su propia vida”, es un “estado divino”.
El amor del que se habla aquí es más que la buena voluntad humanitaria.

Los otros elementos constitutivos de ese “estado divino”, que brotan naturalmente de su amor sin límites, son la compasión, la simpatía alegre, es decir, el compartir los sufrimientos y las alegrías de su prójimo, y finalmente, ese estado de ecuanimidad que no puede ser afectado ni por sus propios sufrimientos ni por sus propios éxitos.

El amor y la compasión se basan en la profunda comprensión de la unidad esencial de la vida y de las relaciones mutuas entre todos los seres sensibles.
El amor desinteresado de una madre no es el producto de una exigencia moral sino que se basa en la unidad esencial entre la madre y el niño.

Esta convicción es alimentada por las experiencias de la meditación, en la que la oración es el primer paso. Se utilizan las palabras para orientar el espíritu hacia una cierta dirección, y mientras más avanza, menos tiene necesidad de las palabras.

Al fin, la oración deviene en mantra, lenguaje creador, palabras de poder, que despiertan las fuerzas dormidas del alma; el espíritu del orante se sumerge en el océano de su conciencia profunda, donde la realidad de una vida más grande, que lo une a todos los seres vivientes y al espíritu mismo de los Seres iluminados, se revela a el por experiencia directa, más allá de las palabras y los conceptos.

La oración es un acto por el cual abrimos nuestro corazón a nuestro espíritu y cuando nos abrimos, no solo permitimos a la luz penetrar, sino que creamos la primera brecha en los muros de la prisión que nosotros mismos hemos construido y que nos ha aislado de nuestros semejantes.

En la medida en que la luz se cuela en nosotros y nos hace reconocer nuestra verdadera naturaleza universal, que nos une a todo lo que existe, dentro de la infinitud del tiempo y el espacio, nuestro amor y nuestra compasión por todos los seres que viven y sufren, brotan de nosotros como una poderosa corriente que abraza al mundo entero.

Así, la oración se convierte en un acto de devoción doble: hacia las fuerzas de la luz y hacia nuestros semejantes.
Las fuerzas de la luz no son un ideal abstracto, sino una realidad viviente, incorporada dentro de los grandes Maestros de la humanidad, que veneramos como Iluminados.

Mientras más nos colocamos intensamente en su presencia, mas ellos toman vida dentro de nuestra consciencia, más profundamente los sentimos en respuesta a su amor, en admiración de lo que hacen, en reconocimiento de su enseñanza, y más tienen ellos la capacidad de obrar en nosotros.

En lugar de simplemente adorar nuestro ideal, debemos convertirnos en nuestro ideal, identificarnos con él, a fin de poder vivirlo igualmente dentro de nuestras actividades exteriores y nuestra vida cotidiana.

Un ideal no se convierte en una fuerza activa efectiva, sino cuando es experimentado y sentido como una realidad siempre presente, como ocurre en los estados superiores de la meditación o en la visión interior.

En la meditación, el que medita no es más que uno con su ideal.


Lama Anagarika Govinda (Ernst Hoffman) (Alemania 17-5-1898 - California 14-1-1985)

Fue filósofo e integrador de oriente y occidente. Pasó gran parte de su vida, como adulto, en Sri Lanka, la India y el Tíbet. Estudió y practicó el budismo perteneciente a distintas tradiciones. Inicialmente formó parte de una orden theravada y posteriormente se convirtió en lama, siendo conocido por el trabajo que realizó, por más de veinte años, estudiando "a los pies de diferentes maestros” en ermitas y monasterios tibetanos. Fundador del movimiento budista Arya Maitreya Mándala, escribió varios libros, los cuales han sido publicados en alemán, inglés, francés, portugués, sueco, holandés y japonés. El Camino de las Nubes Blancas es su obra más conocida.

2 comentarios:

Richard dijo...
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Richard dijo...

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